Beatriz de Collavini, 55 años
CABA



Siempre fui una persona muy activa. Mi día comenzaba a las seis y media de la mañana y terminaba cerca de la medianoche. Siendo directora de un colegio, mamá de cuatro adolescentes, y al frente de una casa, mi actividad era incansable.

Pasados mis 45 años comencé a notar ciertos dolores en la espalda fundamentalmente, pero que de a poco fueron alcanzando mi cadera y mis piernas.
Les resté importancia porque con el pasar de las horas, desaparecían y hasta lograba olvidarme de ellos.
Sin embargo, poco a poco con el tiempo los dolores eran más pronunciados y prolongados.

En un momento de mi vida, me encontré recostada la mayor parte del día, y mi jornada se dividía entre la cama y las pocas cosas que podía hacer levantada.
Consulté muchos médicos, y todos parecían repetir una frase dolorosa y difícil de asumir “Es Artrosis, y debe acostumbrarse a vivir con el dolor”. ¿Acaso debía resignarme a vivir con dolor a los 55 años?

Después de deambular por traumatólogos, kinesiólogos y masajistas, una persona me recomendó que probara con ozonoterapia.
Llegué a los consultorios del IAOT enojada, deprimida y a la defensiva. No fue fácil entender que la artrosis es una enfermedad degenerativa, crónica y progresiva, y que por ende no se cura, sino que se mejora. Sin embargo, a medida que pasaban las sesiones y los días, notaba que podía hacer cada vez más actividades con menos dolor.
Como dolía menos, empecé a caminar, nadar, y hacer los movimientos y ejercicios que recomiendan para la artrosis.

Mi tratamiento duró casi dos meses y a partir de ahí acudo a un mantenimiento una vez al mes (a veces cada dos meses). De esta manera pude retomar todas aquellas actividades que había abandonado.
Fueron llegando de a poco mis nueve nietos y hoy agradezco a la Ozonoterapia la posibilidad de disfrutarlos todos los días.